miércoles, 22 de septiembre de 2010

FRANCÖIS CORAZON DE HIELO

    Entre las tierras más prósperas y fértiles del viejo mundo, yendo hacia el oriente, más allá de las tierras malditas de Silvania e incluso más allá de los lindes del Imperio, se halla una tierra famosa por sus castillos, su vino y sus caballeros: Couronne. Grandes extensiones de campos cultivados cubren cada centímetro de esta tierra bendita por la Dama del Lago, donde sus habitantes son de buen comer y beber. A menudo organizan fiestas y tertulias populares para festejar los cultivos cosechados o los triunfos obtenidos por sus caballeros.
En esta variopinta tierra de heráldica y tradición nació Francois, hijo de nobles locales. Hubo quien dijo que al momento de nacer el muchacho hubo una extraña e irrepetible conjunción astral que podría marcar peligrosamente su destino, pero tales visiones fueron desestimadas por los felices padres. El joven fue educado por un ejército de criados, siendo tal la costumbre de la gente adinerada en tierras bretonas. Desde muy pequeño manifestó un interés por los caballos de su padre, cosa que fue bien vista ya que se esperaba del pequeño ser un valiente caballero bretón. Tardes enteras pasaba Francois, ya siendo mozo, cabalgando en los campos de su familia. Un viejo amigo de su padre, veterano retirado de incontables guerras y campañas tomó un especial cariño por el muchacho y fue enseñándole los trucos del arte equino.
Descolló entre los muchachos de su edad, ganando siempre las justas amistosas que en Couronne se celebraban, y cuando hubo alcanzado la edad adulta decidió participar en la justa organizada por el rey Louen. Allí participaban sólo los mejores caballeros bretones, provenientes de familias orgullosas y adineradas. El premio en honor y riquezas poco importaba al joven Francois, su verdadera recompensa sería el beso de Gabrielle, la hija del rey, y quizás con un poco de suerte, ganaría su corazón.
El torneo fue violento y reñido. Desfilaron ante el rey mil armaduras: plateadas, doradas, verdes, azules, de tonos pálidos o estridentes, de familias con larga tradición guerrera o de nuevos ricos, de jóvenes briosos o veteranos caballeros. Todos querían ganar el torneo y por eso compitieron con fervor y entusiasmo. Francois contendió con nerviosismo al principio, pero conforme pasaban los días y se reducía la cantidad de participantes, sentía que sus propias chances aumentaban. La quinta tarde de torneo, la propia Gabrielle saludó desde el estrado del rey a los participantes, y un pañuelo de seda abandonó su delicado cuello y prácticamente se posó en la mano de Francois de Couronne. El joven lo levantó, con sorpresa, y los ojos de Gabrielle recorrieron la multitud hasta encontrarlo; y sus miradas al cruzarse fueron tan intensas como dos relámpagos en colisión. Ella lo saludó, de lejos, y le arrojó un beso antes de retirarse. Él se sintió desfallecer y atesoró el pañuelo entre sus posesiones más preciadas.
El torneo continuó según lo planeado, y fueron en verdad días felices para Francois. Sentir el chocar de las lanzas contra los escudos, el galope de los caballos y el entrechocar de las bardas le causaban gran regocijo. Llegó a la final, para sorpresa de todos los presentes, y en el último combate demostró una voluntad a toda prueba; porque cuatro veces fue arrojado al suelo por su contrincante, pero las cuatro se levantó cuando ya todos creían que estaba acabado, y con furia cargó nuevamente hasta vencer  a su rival. El rey tomó nota de este joven talentoso y decidido, y Gabrielle se mostró inusualmente feliz al besarlo. El cielo fue azul ese día, muy azul, y un coro de aves en formación bendijo a los jóvenes.
Sin embargo la felicidad es breve en el mundo humano, y pronto hubo una incursión de orkos en tierras bretonas. Allí cargó el joven Francois. Luchó con valentía y no retrocedió nunca, aun cuando su unidad hubiera sido obliterada por los enemigos. Ayudó a los reyes del sur, y por esos servicios su honra creció mucho entre las familias bretonas; y cuando estaba por volver a su tierra una invasión caótica lo llamó desde el norte; y hacia allí fue el incansable muchacho, siempre cabalgando, siempre cargando, siempre llevando la furia del justo contra la maldad de los enemigos de Bretonia. En ocasiones sus compañeros caballeros dudaban ante una carga o lo hacían pero de forma desorganizada. Francois en cambio parecía tener la rigidez de una flecha al marchar, no importaba si fuera contra una pequeña unidad de skavens o contra engendros del Caos. Fueron tan glaciales e implacables sus cargas que llegó a ganarse el mote de Francois Corazón de Hielo; y hacia el final de muchas campañas sus enemigos aprendían a temer la sola mención de su nombre. Pasaron unos pocos años tan intensos que pronto nombraron caballero al joven y lo invitaron a ir en busca del Grial. De sus aventuras en esa campaña hay un compendio lleno en las principales bibliotecas imperiales, y si bien el joven no consiguió el preciado objeto, trajo honor y riquezas para toda Bretonia. Quizás por esto último (aunque fuentes sin confirmar señalan que fue por la continua insistencia de su hija) el rey Louen Leoncouer decidió reclutarlo para convertirse en uno de sus caballeros escolta.
De esa época hay cientos, quizás miles de anécdotas. Cabalgaron juntos por tierras bretonas e imperiales, siempre luchando contra los enemigos de Bretonia. Estuvieron presentes en alianzas con los Altos Elfos, los imperiales y otras razas menores. Lucharon en llanuras y colinas, con lluvia o con sol, en escaramuzas sencillas o en misiones suicidas. Pelearon juntos en tantas batallas que una gran amistad creció entre ellos, a tantos enemigos cargaron juntos que el pueblo llegó a proclamarlos a viva voz por las calles, y no faltaron quienes afirmaban que Francois era la mismísima encarnación de Gilles. Y Gabrielle, la bella Gabrielle, insistía siempre en besar al caballero antes de partir al combate, como gesto de buena suerte; y ambos jóvenes temblaban al sentir ese no tan inocente beso. Fueron esos días gloriosos y memorables bajo el cielo de Bretonia, días de caballos y lanzas, días de sangre y viento sobre las colinas; y de esas andanzas y aventuras hay cientos de páginas y pergaminos escritos, todos guardados y catalogados ya en tomos mohosos y amarillentos como el eco lejano de esos días....

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